Detalle de la zona arqueológica de Tula, Hidalgo…
Para apreciar este sitio, debe tomarse en cuenta que los arqueólogos sitúan la cronología de esta comunidad precolombina —que junto con Teotihuacán y Tenochtitlan, fue uno de los grandes centros urbanos del altiplano de Mesoamérica— entre los años 600 y 1521 d.C. y consideran que llegaron a su apogeo del año 900 al 1200 d.C., en lo que se conoce como el periodo Posclásico Temprano.
No sólo los datos historiográficos ayudan a recontruir el pasado de los Toltecas; una de sus leyendas más conocidas relata que, en el filo del primer milenio de nuestra era, Ce Ácatl Topiltzin —mejor conocido como Quetzalcóatl— fue humillado por Tezcatlipoca, un sacerdote rival que, con engaños, le hizo beber una sustancia que le hizo enloquecer por un tiempo, pero en ese lapso se puso en ridículo de tal modo que él y sus seguidores fueron expulsados de Tula y obligados a emigrar con rumbo al Golfo de México.
Fue durante esta marcha hacia el Sur que el grupo de exiliados pudo fusionar su cultura y tradiciones con los mayas (se dice que construyeron Chichén Itzá y la hicieron su capital), de ahí que la mitología quiché asocie a Quetzalcóatl con la figura divina de Kukulcán.
En medio de las excavaciones que en 1940 conducía el arqueólogo mexicano Jorge Ruffier Acosta, sobre el Templo de Tlahuizcalpantecuhtli (o “estrella de la mañana”, es la personificación del planeta Venus y se asocia con Quetzalcóatl), en un pozo de saqueo, se hallaron los fragmentos de las estatuas que hoy conocemos como los cuatro Atlantes de Tula, además de las cuatro pilastras que fueron después colocadas detrás de cada uno.
Divididas en cuatro segmentos —bloques de piedra basáltica que se ensamblan— cada una, las esculturas miden en promedio 4.60 metros de altura. Se cree que los Atlantes de Tula son representaciones de guerreros Toltecas, ataviados con un tocado de plumas, un pectoral de mariposa (o “átlatl”, de ahí que se les nombre “atlantes”), dardos, un cuchillo de pedernal y un arma curva.
Más allá de su descripción, si bien existen hoy día muchas leyendas y creencias acerca de estos gigantes de piedra —hay quienes les atribuyen poderes sobrenaturales—, para los investigadores del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) la función que cumplían era sólo de tipo arquitectónico, esto es, que junto con las pilastras sostuvieron el techo del Templo de Tlahuizcalpantecuhtli, en la cima de la llamada “pirámide B”.
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