Detalle de la fachada Sur de la Casa de los Condes de San Mateo Valparaíso.
Paseando por las calles de la zona centro de la Ciudad de México (CDMX) en las que podemos ver una gran cantidad de maravillosas construcciones que en su momento fueron palacios privados.
En el siglo XVI, Hernán Cortés regaló este solar, que décadas más tarde Juan Cermeño ocupó para construir su casa. Cuentan las leyendas que por haber ocupado las piedras prehispánicas que se encontraban en el subsuelo, en la casona —que tenía unos muros que daban la impresión de muralla y fortaleza— se escuchaban ruidos y ocurrían maleficios. El caserón cambió de propietarios hasta que, en el siglo XVIII, don Miguel Berrio y Zaldívar, mejor conocido como el Conde de San Mateo Valparaíso, lo mandó reedificar. El título nobiliario de don Miguel se debía a las acciones y propiedades acumuladas en Zacatecas, donde amasó fortunas gracias a la minería, agricultura y ganadería, además de participar en obras pías y ser benefactor de varias capillas y monasterios. En la capital fue dueño del Palacio de Iturbide, que ocupaba como casa solariega, por lo que adquirir este predio seguramente le resultaba una inversión accesoria. La casa, conocida por su título nobiliario, fue restaurada por el arquitecto Francisco de Guerrero y Torres, quien había levantado el Palacio de Iturbide y proyectado la Capilla del Pocito en la Villa de Guadalupe.
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